LA NOCHE EN QUE "EL MORENO" DETUVO EL TIEMPO EN SILENCIO



Era la primera vez en la historia que “Los Moraos”  se ponían en la calle fuera de Semana Santa. Su Nazareno lo hacía despacio, cruzando el dintel Jubilar de la Iglesia Parroquial de Herencia y parando el tiempo con su mecida. Una espesa nube de incienso ocultaba su salida y era entonces cuando, silencioso, se presentaba por vez primera a su pueblo. Desde aquel momento todo se convirtió en racheo de zapato de culto cuaresmal contra el adoquín jubilar, el cual era testigo de la romántica escena, atestiguada por todo un pueblo volcado con la bella talla.

El ardor de toda una Hermandad y la entrega de todos los colectivos de la misma se hicieron entonces saeta expectante pero silenciosa: su Grupo Joven, portando la Cruz que su Titular saca a la calle en Viernes Santo;  su Banda de Cornetas y Tambores, acompañando en todo momento de forma silenciosa el bacalao de la misma; su cuadrilla de costaleros, portando sobre sus hombros  la razón de su Corporación y su Junta de Gobierno, aquella que tuvo el valor para dar el paso sobre el ambicioso proyecto de renovar su imagen Titular, justo delante del Paso, presidiendo un 5 de abril herrado con letras doradas en el calendario cofrade.
Antes, la Función Principal fue el acto culminante en que el Traslado de la Eucaristía inmerso en cada uno de los hermanos sería el preludio perfecto para lo que posteriormente acontecería. El Coro de la propia Corporación se encargó de amenizar la celebración, cargada toda ella de una emoción contenida que explotaría precisamente en la conclusión de la misma, cuando la Cruz de Guía y los dos ciriales se ponían en la calle abriendo el cortejo. 

El Paso, tan sólo y únicamente iluminado por cuatro faroles de cera, era suficiente para que los pies del Nazareno estuvieran esclarecidos durante todo el trayecto. Sin atisbos de grandeza, sin rimbombancias de excesos barrocos, con simples cardos como exorno flora y sin adornos vanos que rompieran la verdad de lo que en allí estaba sucediendo. Ahora no cabía eso y lo demás, sobraba en aquel momento. Sólo un pequeño resquicio de espíritu curioseador y mil y un impulsos de fe hacían falta para mirar y rezar fijamente ante el rostro del “Moreno”. 

Se alejaba de la Iglesia, la que durante más de cincuenta años había sido su hogar, para buscar de nuevo a su barrio tras cinco meses de ausencia. Avanzaba el recorrido hacia “La Labradora” mientras los minutos se transformaban en intensa saeta interior que caminaba hacia el fin último del gozo. El Paso despedía a la diosa dormida en Jubileo de tres siglos que parecía despertar, una semana antes, al Domingo más hermoso del año bañado en Ramos de amor. A lo lejos cada vez se hacía más pequeño el Paso y por momentos parecía encoger del mismo modo el templo jubilar, pero realmente lo que sucedía era que hacía grande era el fervor popular consciente de que habrá que esperar lustros en demasía para volver a revivir una estampa así. 

Y al paso por el Colegio de las Hermanas mercedarias, el Señor se para, como si de camino al Calvario se tratase. Las santas mujeres que lo consuelan se echaron a la calle para hacer brillar sus vidas entregadas al que porta en hombros su Hermandad. En medio del corazón mercedario de Herencia, y con las puertas de la capilla del Colegio abiertas de par en par, el Nazareno recordó los correteos, los juegos infames, las justas regañinas matinales y la primera oración, ese inmortal padrenuestro que grabado quedaría de por vida en la fe que ahora Herencia derrochaba hacia su “Moreno”. De todo se acordaba el Nazareno y a todos recordó en aquella bella instantánea. Era la frontera de entrada a su barrio: a partir de ese límite ya era su terreno y su gente la que se encargarían de Él. Pero, antes, no quería dejar de saludar a aquellas que le entregan su vida de forma diaria a través de miles de mercedes rendidas al  prójimo. Fue en aquel momento cuando al Señor le vino a la cabeza también las veces en que, en Viernes Santo, pasa por su puerta y bendice a toda una Comunidad que entrega su amor por vocación. Y dejando lágrima viva entre cantos, partió de nuevo para casa. 

Eterna sería la llegada a su ermita, casi veinte minutos más tarde, con todo un barrio echado a la calle y una Madre que lloraba de emoción en el interior de la misma por verlo de nuevo rodeado de su Hermandad. Entonces el silencio agonizante del primer tramo se transformó por momentos en silencio con olor a jolgorio cuaresmal porque de nuevo estaba en el hogar. Es el mejor regalo con que un Hijo puede volver a casa: No he estado fuera, Madre, no me he ido, Amargura, mírame, éstos han estado conmigo durante todo este tiempo. Ahora vuelvo a Ti. Y, como una Madre no se cansa de esperar, ambos volvieron a presidir la romántica escena de amor consumada en la gloria de una Hermandad.

Habrá que esperar otros trescientos más para que el Jubileo se haga luz candorosa en medio de una sociedad intermitente. Trescientos para, de nuevo, atisbar aires de grandeza a través de humildes detalles de romanticismo, como los que cada segundo del Traslado Jubilar fue testigo. Trescientos para, con las manos atadas pero con la Cruz de su evangelio presente en todos sus hijos, ser evangelios vivos que siguen mostrando todo su arsenal a través de la formación y la caridad, bases de cualquier Cofradía. Trescientos para volver a ver la Cruz del Nazareno portada por su Grupo Joven, repleto de ímpetu luchador por los valores cristianos que su Hermandad defiende. Trescientos para volver a ver otro abril lluvioso de gracia y cariño fraternal entre los que trabajan porque en su día grande de Cuaresma la perfección sea un adjetivo imperfecto para calificar el final de la jornada gloriosa.

 Hasta ahora, trescientas han sido las primaveras en que el “Moreno” se ha recreado en Cirineo que a Herencia ayuda a llevar su Cruz. La misma que aquella noche no llevaba en su Paso, porque estaba inmersa en lo más profundo de los corazones de todos aquellos que lo arroparon.





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